Vasta poética

Cuando hablamos o escribimos queremos decir algo, puede que no sepamos muy bien el qué o cómo decirlo, pero necesitamos expresar nuestro modo de ver el mundo. En un principio, estando sobrios, no vamos a contarle al prójimo que las ventanas de enfrente todavía son cuadradas, que seguramente mañana amanecerá, o que nuestros incisivos cumplen, por lo general, una función bastante similar.  Aportaremos, contaremos algo novedoso o –quizá sea más importante, ya que las novedades suelen quedarse en eso– lo verbalizaremos de forma novedosa.

“Es algo orgánico”, el lenguaje es un atributo que nos atraviesa mientras lo atravesamos, un desgranar latidos que desean tener voz. Hasta que pulsemos una huella, la muesca de una herida, una mano tendida hacia alguna parte, no dejaremos de sentir que necesitamos quitarnos de encima ese murmullo que desea manifestarse. Necesitamos que nos lean como necesitamos sentirnos vivos gracias al otro, cristalizar la mirada y que alguien nos mire por ello. Armar un hito, una mesa labrada donde sentarnos, un punto de referencia del que beber juntos, y seguir explorándonos mutuamente.

Nombrar, traer al presente, el hielo, el estanque dorado, la voz áspera de un personaje más real que nuestro vecino. Cualquier evocación se incardina en el flujo de la escritura a medida que avanza, balizando, enmarcando lo por-venir dentro de una nueva atmósfera de significados. Parece absurdo pensar que este flujo obedezca a un fin premeditado. Las palabras lanzan sus anclas aladas sobre otras palabras, sin vedas estéticas, sin esperar contestación inmediata. La labor literaria es con uno mismo, es amiga del silencio, pero nos regala el retrogusto de compartirla con los demás, y, cuando se habla de literatura, se suele esperar de todo menos premeditación: la puerta abierta, los ojos de estreno.

La experiencia alimenta al discurso, pero es la experiencia del relato la que nos da de comer. La escritura es salud, para todos, para los críticos de los críticos, para los pulsos anónimos y otros muchos visitantes esporádicos.  Para todos, los libros viven, algunos libreros mejor que otros, y lo mejor siempre está por vivir. No podemos detener la respiración aunque a veces parece enmudecer, encogerse de frío.

¿De qué merecía la pena hablar? De todo lo que merece la pena en la vida, aquí no hay lindes intelectuales, es un territorio vasto, apolítico a priori, y fundamentalmente personal. La sinceridad nos desnuda y todos somos, sin duda, más atractivos desnudos aunque la moda embelese. La poesía respira cuando le damos la palabra y esa palabra nos hace respirar, su materia parte de algo tan nuestro como inmaterial.

Las letras no pueden detener la vida para retratarla: el fotógrafo vive mientras encuentra su mirada. En este proceso de des-posesión –distante con la idea de propiedad del libro–, la lógica del lenguaje está sometida a una lógica más poderosa, el impulso, la necesidad de crear por el mismo hecho de hacerlo. Cedemos un espacio íntimo para dejarnos invadir por las dudas, silenciar ecos y abrir nuevos senderos para la voz: inevitablemente nos conducirán a nuestra simple, roma y contradictoria humanidad.

¿Qué merece la pena leer? Lo que a cada cual le dé la gana, mientras lo soporte estará manteniendo una conversación, aunque sea, con su propio sufrimiento. Por lo general, se lee lo que te diga algo que puedas entender y, a fin de cuentas, lo que mejor entendemos es la desnudez en toda su dimensión. La multiplicidad de prismas se convierte en una lluvia incesante, el lector sigue de suerte, la tierra que pisa está preñada de semillas. La piel de la literatura permanece siempre ahí, aguarda a que la toquemos para exhalar el sudor de su mensajero, y continuar así el ciclo de la palabra, inacabada, sin dueño, arrastrando cien mil ecos tan frescos como antiguos hasta la garganta de Sherezade. Salud.

Comentarios (2)

  1. Escribir es, para algunos, como aire que repirar para poder vivir.
    Me gusta tu manera de expresarte. A veces necesitamos cambiar el cristal de los ojos con que se mira, pero eso, ya es la magia del lector también.
    Perfecto tándem.

    Saludos.

    1. La Huella dice:

      Muchas gracias Contadora de Libros. Nos alegra verte por aquí haciendo magia!
      ¡Bienvenida!

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