La semilla perpetua

Posé aquel libro ligero y rotundo sobre mis piernas, en aquel momento parecía todo dicho. La palabra había erigido un sentido, la certeza de lo que permanece. Una imagen turbó aquella plenitud, desee que sus páginas fueran más gruesas, que pudieran ser apretadas con los dedos y así retener por un instante más aquel fuego nuevo: la idea se haría materia para ser guardada como una gema íntima y poder revisitarla cuando lo absurdo de este mundo quiera gobernar nuestros pasos, como un ejercito dormido en el anaquel esperando que acariciemos su lomo.  Alcé la voz y la tinta se mojó de nuevo.  He aquí la llama esquiva que ha logrado sitiar la mano del poeta.

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