El texto prestado

Lo había cogido como quien toma el último bocado de un postre que ya no puede ofrecernos nada más que su triste apariencia. Tenía el aspecto de haber sido magreado durante todo el día. Desde que lo sacaron de la furgoneta de reparto, liso y tirante, había pasado de mano en mano, de mesa en mesa, plegándose a la curiosidad del lector y ganando arrugas sin otro estoicismo que el de la obsolescencia impresa en su propio nombre: jornal, periódico, diario. En el fondo celulosa manchada de ayer, memoria deshabitada. Un té por favor.

Al desdoblarlo sobre la mesa no presté atención a sus titulares o fotografías. En realidad, no esperaba encontrar nada más que un cuarto de página donde apareciera algún apellido de mi quinta afanándose en alguna labor pública y trascendente. Al pasar la portada me di cuenta -con cierto desagrado- de que alguien se había dedicado a pintarrajear sus páginas sin miramientos hacia los sucesivos usuarios. O simplemente la lectura le había cogido con un bolígrafo en la mano. Pensé en ello después de fijarme en los trazos que había realizado sobre la viñeta. Tenían cierta gracia y añadían a la propuesta del dibujante un guiño original acerca del milagro alopécico de su famoso protagonista.

El paso por las siguientes secciones era ya una prospección marcada por la curiosidad, no tanto por las noticias en sí, sino por los rastros que hubiera podido dejar un lector aburrido y perspicaz. La verdad es que el aburrido debía ser yo por las ganas que tenía de encontrar algo bizarro o novelesco en aquellas páginas arrugadas. Nada más lejos de la realidad. En la sección de actualidad nacional, aquel tipo había hecho un glosario bastante vulgar, subrayando términos relativos a la crisis económica que podrían corresponder perfectamente a un diario de hace un año, cinco o veinticinco. Todo giraba dentro de un campo semántico machacado hasta el absurdo: banca, crédito, deuda, desempleo, sector público, plan de estímulo…es decir no era ningún sudoku intelectual al que abordar buscando su clave, sino más bien un profundo cubo de basura que ya no nos erosiona por tenerlo delante todo el día, todos los días.

Así que me pasé a la siguiente sección, a ver si hay más tomate. Los sucesos suelen ser propicios para pellizcar la sorpresa, nos atrae conocer los detalles de lo que puede llegar a hacer un ser humano desesperado y saber que no hemos sido nosotros o al menos no nos han pillado. Perdón. ¿Sí? Un oporto cuando pueda. Los titulares, sostenidos por términos neutros y crudos, remiten a las consecuencias de unas causas oscuras para un raciocinio sentado en un sofá.

Las 20 páginas dedicadas a los deportes merecerían un extrañamiento por el que no deberíamos despertar a ese espectador de su sillón. Ya me había olvidado del lector-autor y su caligrafía azul. El dulzor cálido bajando lentamente por la laringe me hizo levantar la vista. La cafetería parecía plegar velas y el diario que tenía delante sería relevado en breve por su sucesor. Ya me he entretenido bastante, voy a rastrear las últimas secciones para aplastar el gusano de la curiosidad. Además, los breves suelen ser los que se pintarrajean más a menudo por los usuarios o ¿eso sólo pasa en el cine? El sueño me hizo dudar. Alcé la mirada. La televisión lucía su negro opaco y brillante. Las pantallas multiplican la realidad de un modo extraño y cautivador, supongo que al lenguaje le pasa lo mismo con su poder para yuxtaponer el presente. La copa lucía almibarada como si se derritiese, el último trago concentraba el feraz aroma a miel quemada.

Abordé la sección de anuncios y se me antojó que ingresaba en una sección comprimida del periódico. Las compraventas y los laborales eran una extensión codificada de la carcomida situación socioeconómica, en cambio los contactos, masajistas y videntes suponían un gran trampolín para figurar en las páginas de sucesos sin necesidad de acrobacias argumentales. Los contactos no profesionales y sus enunciados ameritaban un punto de humor al que me costaba llegar en esas latitudes del día. Ahí sí que se podía haber lucido el escribiente con una selección de frases gloriosas buscando los perfiles más inusitados que podemos imaginar. El amor es ciego, pero la necesidad es el destino de las criaturas de dios.

Eso pensé al ver las primeras cruces del obituario, ellos ya no necesitaban nada, al menos se han librado de esa búsqueda insaciable a la que nos obliga la vida. Anda, no te pongas existencial y lárgate a roncar como un gorrino que son horas.

Noo, joder, mierda, mierda. Una de aquellas esquelas tenía un apellido demasiado raro para no ser verdad. El primo Cotis, joder, quince años sin vernos y ahora se había ido. Si no era tan mayor… Pero ya no es el primero ni el segundo de mi generación, esa epifanía macabra se encarnaría mañana en una ceremonia neutra en cualquier tanatorio. Probablemente terminaríamos en una actualización familiar de nuestras vidas, lo cual me daba una pereza infinita. No tenía muchas cosas nuevas que contar. Pasé la hoja maquinalmente con un mapa meteorológico ininteligible y recibí la cartelera de televisión sin otro propósito que someterme a su amnesia al llegar a casa. No sé para que me molesto, no hay nada nuevo, como en tu vida, pero al final te lo tragas, al menos mi somnífero no tiene forma de píldora. Supongo que esa excusa intentaba obviar mis excesos en el uso del mando a distancia.

Llévese la prensa si quiere, fue una manera cortés de echarme del local. Gracias, quédese con el cambio. Al salir tenía frío en las manos, así que lo doblé bien y lo incrusté entre la axila y el costado mientras hacía uso de los bolsillos y echaba a andar parsimoniosamente. Cotis, mi compinche pecoso, cuántos veranos en la finca, cuántas tardes en el río, cuántos lustros de olvido. Aquel muerto de papel había resucitado el recuerdo de mi primo. Llevaba una pequeña copia de su lápida debajo del brazo y un cajón de memoria común que a partir de ahora sólo me pertenecía a mí. No es posible concebir un egoísmo más cruel, un título de posesión más ingrato. La lluvia comenzó a arrimarse, me hizo ajustar los codos y tensar el paso sobre el muelle desierto. La pleamar destruía las señales de recreo estival sobre la arena. Arreció el agua. El cierre de la contraportada parecía escribirse por sí solo. Finalmente todo quedó en papel mojado.

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