Carne y óxido

Un día le abrimos la puerta

(por defecto de silencio, quizá)

como atajo del tiempo

o anestesia del miedo, quién sabe

jugando

degustando el vértigo y sus abismos

y ahí queda su pie: imposible volver a correr el pestillo.

 

Qué le vamos a hacer

a la tentación no se la olvida

se la demora

se la oculta entre facturas

se anticipa su llegada

como un placer prisionero de sus tautologías.

 

Su voracidad te abraza

escarbando con dulzura una fosa precoz y mullida

apurando una mecha

que saque de la sombra

el rostro único de la muerte

¿puede haber algo más excitante y cierto

que tomar su ardiente mano helada?

Si ya no hay retorno y la virtud quemó nuestra carta de ciudadanía

tutelaremos al vicio como una serpiente domesticada

peligrosa

bella

sosegadamente imperativa.

 

Ulises también imploró cera para sus oídos

otros se arrojaron a bailar.

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