Soy una gorda

Soy una gorda.  Una mujer gorda que a veces duda si la genética le ha jugado una mala pasada o se ha excedido rebañando el plato durante décadas.  Pa entendernos, la típica que ves por la calle y dices ahí va la gorda.  Lo cierto es que me levanto cada mañana teniendo que asumir el peso de la realidad.  Me cuesta moverme, me cuesta incorporarme, me cuesta subir escaleras.  Incluso sentarme se ha convertido en un esfuerzo.  Sobre todo si el asiento está muy bajo porque intento contener la caída de mis posaderas hasta el último momento para no poner a prueba la resistencia de la silla  (seguramente es un temor sin mucho fundamento, pero esa visión de mis huesos en el suelo con el mueble hecho trizas  me perturba), ni hacer un ruido demasiado  estentóreo al dejarme ir que pueda atraer las miradas ajenas.  Las rodillas me duelen, los tobillos se me hinchan y ahora que llega el verano se suma el tema de las rozaduras en la cara interna de los muslos: zancada tras zancada  una pierna tiene que pedirle permiso a la otra para que le ceda el paso a cada paso.

Uso ropa floja, mayormente oscura.  Al agacharme en público procuro que no se me pince entre los michelines.  A veces me siento en la cama ante el espejo y tengo la sensación de llevar encima un abrigo más grande de la cuenta, una pelliza XL que cubriera mi cuerpo como si necesitara resguardarme de un clima gélido que buscara hostigar mis huesos con violencia.  En estos meses de calor me pongo a sudar al menor movimiento, menos mal que invierto en maquillajes caros para minimizar ese brillo a todas luces desagradable.

Con el fin de evitar las miradas ajenas en la playa (nadie es impermeable a la atención ajena), suelo ir a calitas ocultas entre las piedras, sacrificando así los paseos por la orilla que tanto me gustaban desde niña cuando pisoteaba la lámina de agua como si fuera un cristal inofensivo que se reconstruía milagrosamente al instante. Una pena pero tampoco me apetece exponerme ante 30 mil vecinos en un arenal a cielo abierto mientras meneo mis lorzas a todo trapo. De un tiempo a esta parte me cuesta trabajo respirar, con lo cual he desarrollado una curiosa creatividad para inventar excusas a la hora de no alejarme demasiado del coche, sobre todo si tengo que salvar un desnivel.  Esa respiración que se ha vuelto resuello estático empieza a irritarme cuando me rodea el suficiente silencio para escucharla y supongo que también molesta a la gente que se aproxima mucho a mí. Prefiero no preguntarle al médico por estas cosas y sus causas, ya conozco sus monsergas sobre lo saludable mientras él fuma como un chino desocupado (se lo noto en los dientes y en los dedos de su mano derecha).  Así que, que arregle primero lo suyo y después que aconseje a los demás.  Ya lo decía mi madre: obras son amores, el resto resplandores.  Y sobre todo con éste que tiene una lengua de oro dentro de esa boca llena de nicotina.

El otro día me dijo una amiga que le encantó una foto mía en Istagram, que salgo guapísima, que tengo una cara fenomenal, que… le corté porque seguramente lo próximo sería mencionar mis mofletes rebosantes de salud.  Ya, sí, bien, pero en la foto no se me ve el culo que ese sí que rebosa.  Está claro que yo nunca me he planteado esa disyuntiva nalgas vs rostro.  La elección venía hecha de antemano, o eso quiero creer al no poder imaginarme de otra manera.  Lo que está claro es que mis fotos en redes sociales no suelen bajar de los hombros y la verdad es que no sé si lo haría con treinta y cinco kilos menos.  Supongo que vería este juego de exhibición personal de otro modo (me gustaría pensar que no, pero esto huele a frustración y suele aportar más oscuridad que nuevos horizontes).  Como el otro día cuando, después de chatear con un tipo del grupo del Feis en el que se tratan temas de cuidado de animales domésticos, me suelta que parezco una persona de peso y claro una ya desconfía de todo en esos mundillos virtuales. Quién coño le habrá dicho que eso es un comentario laudatorio, una persona con peso, sí, lo soy, también mis convicciones tienen su aposento, pero hay que tener en cuenta lo que se dice y a quién se le dice.  Soy una pesada con todas las letras… con eso me debía acostar anoche porque en el desayuno se me colaban algunos flashes de un sueño en el que flotaba el polvo, legiones de esporas, ramilletes de diminutas mariposas, todo infinitamente más leve que yo.  En fin, a veces uno se ríe por no llorar de toda la porquería que se nos mete en la cabeza queriendo o sin querer.

Esta mañana libré, y quizá por eso me he quedado algo triste.  Debe ser la sensación que se me anidó en el cuerpo cuando me senté en el borde de la silla de la cocina y me di cuenta que llevo mi vientre una pequeña “procesadora de alimentos”, (como todo el mundo supongo), pero en mi caso yo la imagino como un tubo laberíntico con codos, curvas y bifurcaciones donde se va a cumulando todo lo que llevo a cuestas desde hace años, no sé cuantos, ya no me acuerdo -o no quiero hacerlo- de cómo llegué a este estado.  Para terminar de joderlo no sé quien salió en la radio al mediodía y empezó a soltar un rollo sobre las virtudes de viajar ligero de equipaje y su sensación de libertad y bla, bla, bla, que le den.  He de confesar que sí, que más de una vez he pensado coger todo este paquete abdominal que hace que parezca una mamá canguro pero sin canguro y pasarlo de la parte frontal a la espalda a modo de una mochila que estorba sí, que pesa también, que de algún modo te frena, probablemente, pero que al menos no ves todo el tiempo, como el tontitatuaje que se te ocurrió ponerte en los dedos, (una mariposa de colores tropicales que últimamente tapo con un anillo enorme del que también últimamente empiezo a estar cansadita).

Pero bueno, voy a dejar el lagrimeo, que esto parece un testamento adiposo.  Tampoco penséis que esto es una agonía continua que una también tiene sus momentos.  Por ejemplo, en un rato iré a buscar a mi amiga Fina (tranquilos no hace honor a su nombre en absoluto y además tampoco le importa) y nos iremos a chapotear a la piscina.  Somos como dos foquitas, como dos ballenatos ufanos flotando en un gintonic gigante (la piscina también tiene mucha vida orgánica, incluidos tropezones de espuma, churros, tablillas y algún otro objeto flotante no identificado), comprobando con una tozudez gozosa si Arquímedes estaba en lo cierto.  Entonces nos convertimos en dos icebergs humanos a la deriva del placer, fantaseando que viajamos en una nave espacial , ejecutando tirabuzones antigravitatorios sin final, hasta que nuestros tobillos se afinan paulatinamente a fuerza de no apoyarlos.   La levedad nos dura justo hasta que se nos arrugan los dedos y hay que subir las escaleras hasta el vestuario en donde nos cambiamos y nos vamos a la cafetería a ponernos “finas” porque “hay que reponer fuerzas” y es que los “deportistas” tenemos un gran gasto calórico y nos reímos mucho mientras tragamos a dos carrillos repitiendo las mismas bromas que nos hacen estar fuertes y unidas.  En el momento que nos subía la plenitud patas arriba y nos iba a llegar a los pelillos del…me llegó un mensaje.  Esta noche tengo cita.

A Fina, que no se le escapa ni una, le debió gustar mi cara.  No dijo nada, se giró un poco hacia la ventana y le sacó la tapa a su móvil como quien abre la primera página de un libro apetitoso  al tiempo que me escrutaba por el rabillo del ojo.  Yo, con esa media sonrisa que solo saben esbozar los solitarios (y a veces la Monalisa, vale) me entregué al sabroso juego de la anticipación y pensé en comprar carmín esta tarde e imaginé mi recibimiento con alguna broma sorpresa para salir del carril oficioso con el que se aproximan periódicamente nuestros cuerpos. Nuestros cuerpos….  Agarrando un gran trozo de bizcocho entorné los ojos y mientras mis mandíbulas reducían a una masa ensalivada aquel bocado casi pude sentir aquel cuerpo de corredor de medio fondo, enjuto, fibrado, anguloso, estrellándose contra mí.  Buscando liberar su semilla con un vigor que solo te regala el puro deseo, el deseo por mí.  No salimos, no viajamos, no hablamos mucho, menos de nosotros como tal, tampoco hacemos muchas preguntas.  A veces tengo ganas de decirle cosas, pero no lo hago, me bastan sus manos apretándome la carne, sus rodillas clavándose en mis muslos, sus ojos cuando se echa encima de mí y siento su peso moverse, entonces noto que disfruta balanceándose sobre mi blandura como si se fuera a hundir entre mis pliegues, como si nadara entre mi cuerpo.  En esos instantes de algún modo yo también floto.  Me hago ligera, mucho más ligera que si lo fuera en realidad.  Entonces, con la levedad de una bailarina hechizada por la música, me agarro a esa espalda de acero y pienso con una emoción casi infantil lo relativa que puede llegar a ser la gravedad de las cosas.

Comentarios (2)

  1. Maria dice:

    La insoportable levedad…
    Me he reído un montón

    1. La Huella dice:

      Menos mal que nos seguimos divirtiendo! Gracias María!!

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