Me dijiste que huyera de aquí

que le diese esquinazo a los neones

a la dulce embriaguez del olvido

a aquellas noches de rímel y linaje.

Me aconsejaste que me fuera lejos

pero ¿a dónde?

 

La inocencia me recibió a escobazos

con la cara llena de cicatrices y empapada en gasolina

acusándome de insaciable y precoz.

 

Volví la mirada al paisaje

a la rústica sencillez que nos recuerda el origen

nuestra naturaleza profunda.

Pero mis ojos ya no soportan la quietud

mis oídos traen el ruido en su interior

intuyo que el viento me facilitaría un atajo a la locura.

 

Me fui a las bibliotecas

y  en sus páginas

me encontré leyendo epitafios interminables

solicitudes de prorrogas al tiempo

al miedo

a la muerte.

Qué tristeza colectiva

al menos algunos ejercían el derecho a reírse.

 

Con la mochila a la espalda

me sumergí en el horizonte

en aguas cálidas

en lenguas extrañas.

Indefectiblemente, como un extranjero de mí mismo,

terminaba siempre en el punto de partida.

 

Siempre me quedará tu amor

la calidez de tu compañía

tu latido contra la intemperie.

Es mentira

la intensidad se diluyó en el regazo de los sueños frustrados

y  la actuación por defecto

termina por agotarnos

como si pidiésemos prestada  la entrega

a un eventual usurero.

 

Creo que volveré a casa

a escarbar mi propio epitafio

es un pasatiempo como otro cualquiera

pero sobre todo intransferible,

y contiene un solar de libertad que llevo conmigo.

 

Seguramente volveré a los bares

hay algo humano en irse consumiendo juntos

recordando a los que se fueron

brindando por el hecho de poder hacerlo

metiéndonos con la esperanza

porque ella también

alguna vez

también ha pensado en dejarlo todo.