Esta mañana he vuelto

Esta mañana he vuelto a aquella ribera

a pisar el mismo jardín descuidado

a caminar entre las huellas de sus moradores.

La hiedra, la madreselva

parecen aguardar la mano que las conforme de nuevo

posan a través de su idioma salvaje sobre la pérgola oxidada

sus rabos caen como tentáculos de itinerarios imposibles

a los que hubiera que sortear en un juego.

Cualquier tarde la abuela dejó sus tijeras sobre la mesa

sin pensar que se convertiría en una lápida

donde se deshicieran las hojas de cada otoño;

las copas se entrechocaban bajo la parra festejando

el olvido del viento, la distancia del frío,

de la ausencia de olor, de luz.

Hoy los mirtos disparan sus brotes rojizos

marcándome los pasos hacia la fuente.

Su sonido es lo que menos ha cambiado

conserva la ilusión de aquel que llevó allí el agua como recreo,

la vegetación se cierra, se tupe, oculta el espacio entre

el secreto de sus sombras, me siento,

su intimidad me abraza, me expone

ante el espejo de una infancia cualquiera y un destierro común.

Desde aquí la figura de ese cedro se equilibra extrañamente

en su diagonal, sugiere una especie de gravedad invertida

para levantar contra el cielo la silueta de sus brazos negros y poderosos.

El escarceo de los pájaros tampoco ha variado mucho

o quizá soy yo quien no ha podido olvidar la impresión primera

del sonido de las alas entre la fronda,

también recuerdo quien me hizo callar para poder escucharlo

y se ha ido como la pasión que había en esta huerta, en el porche y sus macetas,

en el lustre de unas ventanas desconchadas

que no esconden nada más de lo que son;

la casa está vacía, cansada, polvorienta,

deseando también una primavera que la rescate del silencio.

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